Cínicos por Juan Bouza

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El mal de esta época es que los políticos en vez de querer ser útiles, prefieren ser importantes. O eso, al menos, es lo que opinaba Churchill allá por la mitad de la década de los años cuarenta en el siglo pasado. Si Churchill levantara la cabeza me temo que no tendría más remedio que aceptar que no era su época donde más adecuada podía ser su afirmación. Estamos en los tiempos de las apariencias y del cinismo en política que aunque sin duda es cosa intemporal, me malicio yo que estamos viviendo un auge sin par de esas características que públicamente deploramos tanto, pero que privadamente tanto observamos. Ya saben: virtudes públicas, vicios privados.


El discípulo de Aristóteles, Teofrasto, definió al hombre cínico como “aquel que maldice y tiene una reputación deplorable. Es sucio, bebe y nunca está en ayunas. Cuando puede hacerlo, estafa y golpea a quienes descubren el engaño antes de que puedan denunciarlo. Ninguna actividad le repugna: será patrón de una taberna y, si es necesario, encargado de un burdel, pregonero e incluso, si se quiere, recaudador de impuestos. Ladrón, habituado a las comisarías y a los guardias civiles, a menudo se lo encuentran locuaz, en la plaza pública, a menos que se convierta en abogado de todas las causas, aunque sean las más indefendibles. Prestamista con fianza, tiene además la soberbia de un famoso y no cuesta mucho imaginarlo. Para completar el cuadro, no olvidemos que el cínico deja, sin sentir vergüenza, que su madre se muera de hambre…” Esta definición contrasta con el interés de los discípulos de Antístenes y Diógenes de ser reconocidos como una corriente filosófica que predicaba fundamentalmente que “la civilización y su forma de vida era un mal y que la felicidad venía dada siguiendo una vida simple y acorde con la naturaleza. El hombre llevaba en sí mismo ya los elementos para ser feliz y conquistar su autonomía era de hecho el verdadero bien. De ahí el desprecio a las riquezas y a cualquier forma de preocupación material. El hombre con menos necesidades era el más libre y el más feliz”. La derivada de esta corriente en los discípulos fue tomando cuerpo en lo que hoy denominamos a un cínico tal y como expresa la RAE –Real Academia de la lengua española: Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables.Impudencia, obscenidad descarada. Y es a esta acepción a la que nos referimos.


Ser un cínico actualmente no es una virtud, ni tiene que ver con  esa imagen tan mítica de vivir en un tonel como Diógenes, todo lo más  es un concepto que podemos asimilar a un síndrome, el de Diógenes, consistente en el acaparamiento de cosas inservibles, basuras…que se da fundamentalmente en personas con sus facultades mentales alteradas. Me voy a referir al concepto “cínico” tal y como establece la Real Academia, y por tanto según esa definición, ser un cínico es algo malo, es un apelativo que nos dirige fundamentalmente a lo peor de la gente, a lo peor de nosotros mismos. Por eso mi profundo pesar a día de hoy cuando compruebo que una de las máximas virtudes que hacen valorar a un político es su grado de cinismo: cuanto más cínico, mejor valorado parece que se es. Me refiero principalmente a los que conforman activamente el mundo de la propia política, los partidos, su militancia, sus cuadros. Es decir, precisamente algo, un apelativo que es considerado por todos –supongo- un demérito, en las propias sectas partidarias es visto como un aspecto positivo, una característica imprescindible para ascender en la escala interna o en la promoción en listas, cargos etc.


En estos últimos días, semanas o inclusos años, en la política española, al igual -como por ejemplo- en la estadounidense, el cinismo, la noticia falsa, el negar lo evidente se ha convertido en todo un clásico. Ya no nos asustamos que cuando unos partidos pactan gobiernos, Ayuntamientos, Comunidades Autónomas, programas…y lo hacen a la vista de todos con sus documentos firmados, con sus votos en los parlamentos o plenos municipales y nos digan a continuación que nos es cierto, que no hay pacto que valga, que todo aquello que vemos no es otra cosa que un producto de nuestra imaginación. Es como ya nos alumbraba Groucho Marx: “créame a mi y no lo que vean sus ojos” o algo por el estilo. En este sentido me dolían los ojos y los oídos cuando en estos días desde, como muestra un botón, el partido Ciudadanos se afanaban en contarnos una distopía negándonos sus pactos con VOX en distintos Ayuntamientos y Comunidades Autónomas. ¿No sería más fácil admitir lo que es una realidad física, medible, cuantificable, auditable? Que pacten con VOX es algo que, aunque no nos guste a muchos, es legítimo. ¡Que pacten con quienes quieran!, pero que una vez hecho ¿Por qué lo niegan? ¿No les parece doloroso que salgan los documentos que firman con VOX y el PP en Andalucía, Madrid, Castilla y León…y a renglón seguido a cada pregunta en cualquier medio de comunicación salga Arrimadas, Rivera o el que sea diciendo que no, que esos documentos no prueban nada, que es mejor creerles a ellos, que ellos no negocian nada… Eso, queridos lectores, es cinismo, diga aquello quien lo diga.


Vuelvo al principio: da la impresión de que estos políticos más que útiles –tanto llenarse la boca de que no quieren a los independentistas catalanes en las instituciones para al final afear el que no se les permita a aquellos gobernar en la ciudad de Barcelona, lo que nos hace pensar, como dice Manuel Valls, que los de Ciudadanos parecen profetas del cuanto peor, mejor-, lo que quieren es ser importantes, estar en todas las salsas, ser incómodos para que se hable de ellos, ignorar la credibilidad -que es el don más preciado de un político-…una cosa muy rara que tiene que ver mucho más con la vanidad y la soberbia que con el noble ejercicio de lo público. Y vanidad, soberbia, inveracidad no pueden ser nunca valores, virtudes. El cinismo nunca propiciará un triunfo de quien lo ejerce, es una derrota en toda la regla de quienes no saben ser útiles porque lo que quieren es ser importantes.

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